sábado, 17 de marzo de 2018

Benhur Sánchez Suárez.


Recordar es reconstruir la vida, anudarse al tejido universal donde todos somos y seremos, siempre que alguien recuerde la vida seguirá presente. No importa lo largo o corto que sea el camino, lo importante es no quedarse quieto, acumular recuerdos para los tiempos en que arrecia la soledad. 

Bienvenido  Benhur Sánchez Suárez al espacio Claroscuro.




Benhur Sánchez Suárez, Pitalito, Huila, 1946.

Escritor y pintor colombiano. Estudió Dibujo Artístico en la Universidad de Los Andes y dibujo en las Escuelas Colombianas de Arte. Especializado en Diseño Editorial en Venezuela, Brasil, España y Francia, Gerencia Editorial en la Universidad Javeriana y Administración de Recursos Humanos en la Universidad de Los Andes.

Dirigió el Instituto Huilense de Cultura (1972-1974), el Departamento de Arte de Voluntad Editores (1975-1981), fue Director Editorial de Educar Editores (1981-1984), estuvo vinculado al Banco de la República (1985-2005), Subgerencia Cultural, Biblioteca Luis Ángel Arango, los últimos siete años como Director del Área Cultural del Banco en la ciudad de Ibagué.

Publicaciones:

Novelas:

La solterona (1969)
El cadáver (1975)
La noche de tu piel (1979)
A ritmo de hombre (1979)
Venga le digo (1981)
Memorias de un instante (1988)
Así es la vida, amor mío (1996)
Victoria en España (2001)

Cuento:

Los recuerdos sagrados (1973)
Cuentos con la Mona Cha (1997)

los libros de ensayo, Narrativa e historia (1987)
Arte, música y literatura (1988)
Identidad cultural del Huila en su narrativa y otros ensayos (1994)
Esta noche de noviembre (1997)

Cuentos suyos han sido traducidos al francés, al alemán y al inglés.

En la actualidad es columnista del diario El Nuevo Día de la ciudad de Ibagué. 



LABOYOS
(fragmentos)


Uno

A ellos los conozco. Son los que regresan sin palabras al camino que dejamos dormido en la memoria.

Los que se duelen por no encontrar detalles parecidos a los que habitan la sala azul de sus recuerdos: tal vez el perro en la esquina de la tienda, el taburete donde el ciego masticaba su tabaco y repasaba su palillo o la cantina con billar y su mesera envejecida.

Son los mismos que piensan en que el tiempo se parece a Dios, capaz de mutilar espacios y caserones antiguos, mientras la calle da a la lluvia otro eco y otras caras.

A mí me ocurre igual, sólo que las palabras ya no caben en mi cuerpo.



Trece

Isaías Rojas fue mi profesor de religión. Era sencillo y alto como un Quijote de Doré. Nos llevaba a misa los domingos desde la Normal, muy tieso al frente con su misal perfecto, su oscura vestimenta y una flor en el ojal.
A veces no se daba por entendido de la copia que practicaba en sus exámenes finales, pero elevaba al cielo su protesta porque sospechaba que tampoco estudiaba su lección. Comprendía que ya no le ponía atención a sus soliloquios sobre aquel vasto cielo para los inocentes o ese infierno cruel para los desquiciados de la tierra, que presentía más allá de la puerta del adiós.
Así consumía sus días sin otro sobresalto que sus viajes de la Normal a su casa y de su casa al horario de sus clases sobre Dios.
Cuando le amputaron las piernas - ya condecorado por el Gobierno Nacional - y lo vi reducido a un pequeño bulto, que palpitaba de amor y rezos en su alcoba fantasmal, comprendí la ironía de su sonrisa, que mantuvo intacta como su fe y su creencia en otra vida, más allá de su estatura de Quijote de Doré.



Veintiocho

Ah, el amor. Las muchachas desfilaban las tardes de domingo por la carretera del río.
Las seguían de lejos los enamorados a la caza de una mirada, un gesto oculto para las monjas cuidanderas, o la sonrisa del sí.

Las cartas clandestinas se amarilleaban, por lágrimas y besos, debajo de sus almohadas.
Después cada cual tomaba el derrotero impuesto por su familia y las miradas, los besos al viento y las cartas amarillentas pasaban al álbum de la noche para que no se volvieran a escribir.



LETANÍAS
EN RE MAYOR
(fragmentos)

Martes dos

El milagro que le hiciste a mi tía, Señora, no sólo la mantuvo renegando de sus suerte por el resto de sus días si no que la obligó a criar a sus nietos, también sin padre conocido, y a rumiar su soledad, arrodillada frente a San Antonio,  porque nunca le concediste el compañero que pedía.



Sábado trece

¿Acaso, Señor, no prefieres un corazón puro a un templo reluciente de ornamentos? Ya lo dijo Milton, cuando buscaba su Paraíso Perdido. Y muchos pensamos igual, confundidos por esta lucha que algunos pregonan como ajena aunque todos sabemos que están involucrados.

¿No ves los rostros agazapados, encendidos de miedo, las manos asidas a cualquier objeto como si fuera la única tabla de la vida?
¿Los ves, Señor, o acaso empiezo a confundirme?
Abandona los recintos donde el tiempo se ha quedado detenido para los falsos elegidos y habita en los humildes que creen en ti o dicen que luchan en tu nombre.
Tal vez así se detenga la orgía del desalmado.



Jueves veinticinco

He mirado el amanecer, Señora, cuando la lejanía se torna naranja como si un fuego violento consumiera el otro lado del mundo y sólo pudiera percibir su resplandor contra las nubes.
También he asistido a la fiesta de los ojos cuando se inmolan animales y el fuego los convierte en alimento o el licor torna turbios los ojos de los invitados.
Nunca te he visto, Señora, pero algo me dice que autorizas beber el vino de la consagración y repartir el Cordero entre tus creyentes.
He visto, Señora, cuando el sol se torna rojo y muere el día y la silueta de los edificios es como una mentira donde esconden su soledad miles de seres que nunca se conocen y apenas si se miran.
Hablemos, Señora, hace falta comunicación para que la distancia entre los dos fuegos sólo sea el manto de luz de la inteligencia. 


                                                                       Benhur Sánchez Suárez

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